Actos conmemorativos del presidente Arias: Discurso de Mireya Moscoso


Arnulfo fue un hombre místico y profundo, muchos hechos en su vida política y privada lo marcaron significativamente, dijo la expresidente Moscoso.


Noticia Radio Panamá | Actos conmemorativos del presidente Arias: Discurso de Mireya Moscoso

| enero 10, 2012


Reproducimos el discurso que la expresidenta Moscoso ofreciera el sábado 7 de enero de 2012, en la ciudad de Penonomé, provincia de Coclé…

Son tantos los sentimientos que me acompañan hoy, pero hay uno que desborda mi corazón: el agradecimiento.
Después de ver el rostro de miles de panameños y panameñas ayer y hoy tributándole este enorme homenaje al más grande líder de la vida nacional: al Presidente Arnulfo Arias Madrid, tengo que decir ¡gracias! … ¡gracias, Pueblo Panameño!

Mi agradecimiento, también, al Gobierno Nacional y al Señor Presidente de la República, Ricardo Martinelli, que ha dispuesto estos 2 días de reflexión nacional para otorgar honores de Estado al Dr. Arnulfo Arias Madrid.

¡Que significativa coincidencia! que sea Doña Marta Linares de Martinelli, una sobrina del Dr. Arias, la Primera Dama de la República.
Gracias, al Benemérito Cuerpo de Bomberos de Panamá y a todos los estamentos de Seguridad, a todas las instituciones, a los miembros de la Fundación Hermanos Arias Madrid y a los cientos de personas que han trabajado en la organización de los honores de Estado a quien fue tres veces Presidente de la República de Panamá.

Mi especial agradecimiento a las delegaciones diplomáticas que nos acompañan… Mi gratitud especial a los señores ex Presidentes y sus esposas, su presencia aquí es testimonio de la grandeza de un hombre que cuyo único norte fue servir al Pueblo Panameño.

Rafael Ángel Calderón Furnier, ex Presidente de Costa Rica y Gloria, su compañía hoy, evoca esa gran amistad del Dr. Arias con su padre el Presidente Rafael Ángel Calderón Guardia, y ese encuentro fraterno que nos dio un Tratado de Límites que ha sido motivo de paz y desarrollo para dos (2) Repúblicas hermanas.

Fernando De La Rúa, ex Presidente de la República Argentina, su presencia aquí nos trae los “Buenos Aires” de la tierra que acogió al Dr. Arnulfo Arias en su primer exilio. Tantas veces le escuché rememorar ese destierro doloroso que fue escuela para tensar su espíritu y su alma.

Francisco Flores, ex Presidente de El Salvador y Lourdes, Álvaro Uribe Vélez, ex Presidente de Colombia, su amistad y su estima por el Pueblo Panameño, y su presencia en este homenaje son una expresión de la hermandad latinoamericana.

Deseo agradecer aquí, al Presidente de la República Dominicana, el Dr. Leonel Fernández, quien no nos acompaña por razones de fuerza mayor, por su cercanía y sus muestras de amistad que me conmueven.

Igualmente, mi agradecimiento a los ex Presidentes Abdala Bucaran del Ecuador, Jorge Serrano Elías de Guatemala, Ernesto Pérez Balladares y Martín Torrijos, por sus muestras de respeto.

Permítanme compartir un gran abrazo para el arquitecto Virgilio Sosa y al ingeniero Rogelio Baruco, quienes diseñaron y construyeron este hermoso Mausoleo del Dr. Arnulfo Arias.

Hoy venimos aquí, a las tierras del Cacique Nomé, como le gustaba llamar al Dr. Arias a su Penonomé, que lo vio nacer, creer e inspirar el amor a la tierra, a las tradiciones, a la cultura, a los valores panameños; a traer sus restos mortales para que reposen aquí, justo en el centro geográfico de la República y para que sirvan de punto de encuentro, estímulo e inspiración a las presentes y futuras generaciones.

Creo necesario establecer la justificación del momento, porque era imposible que yo, que viví experiencias tan tristes junto a él, durante el exilio, y que lo vi sufrir como asesinaban a tantos combatientes por la defensa de la democracia, aceptase honores de quienes en 1968 lo despojaron de su mandato constitucional, electo por el pueblo; y que aún en 1988, seguían usurpando el poder; le negaban los derechos básicos a los panameños y pisoteaban las libertades públicas.

Para mí, estar frente a ustedes y hablarles no es algo fácil, pero como siempre, él me ha dado la fuerza que necesito. Hoy no vengo a hablarles del político, ya que su compañero de tantas luchas y el hombre que en 1968 colocó la banda presidencial sobre su pecho y que el destino quiso que, también, como Presidente de la Asamblea Nacional me acompañara al término de mi mandato, Jacobo Salas, ha expuesto el perfil político del Dr. Arnulfo Arias y la doctrina que fundó y abrazó a lo largo de toda su vida: la doctrina panameñista.
Hoy quiero hablarles del hombre, de esa persona con la que conviví veinticinco años y que me enseño a ser lo que soy.

Parte del legado maravilloso que conservo de él son sus diarios, completamente inéditos, docenas de tomos escritos de su puño y letra, con sus vivencias personales y políticas, desde el año de 1930 hasta el día de su fallecimiento; y de esos textos, y de mis propias experiencias vividas con él, quiero compartirles algunos recuerdos.

Conocí al Dr. Arias a los 17 años, había terminado mis estudios secundarios y trabajaba en la Caja del Seguro Social. A raíz del resultado de las elecciones de 1964 por ser su seguidora fui despedida, luego obtuve un puesto en su empresa cafetalera Princesa Janca. Solo cuatro años después, a los 21, ya lo acompañaba en su tercer exilio.

Durante aquellos años que vivimos en el sur de la Florida, no hubo un solo día en el que no se hablara de la situación de Panamá, que él no se comunicara con alguien, para conocer lo que sucedía, y pensar en la posibilidad de encontrar un camino de retorno a la democracia, porque, a pesar de todos los sufrimientos padecidos, él siempre soñó con la reconciliación nacional.

Como muestra de ese compromiso patriótico y esa vocación pacifista, el 31 de diciembre de 1977 escribía: “Hoy envié a Doña María de Miranda, J.P. Adames, Luis F. Clement, y otros, una carta telegrama, “adhiérome patrióticos panameños, anhelando 1978 liberación patria de tiránica ignorancia. A todos los panameños manifestamos deseos de un Panamá Mejor, libre de odios y rencores; luz, paz, fraternidad y abundancia”.

Gracias a la providencia aquel deseo comenzaba a hacerse realidad, y el 10 de junio de 1978, regresaba el Presidente Arnulfo Arias a su patria para seguir luchando por su liberación. Aquel día que todos recordamos escribió. “En Paitilla nos recibió una gran muchedumbre, que me acompañó primero en auto hasta Calle 50 y Vía España, y de ahí al kiosco de Santa Ana. En el kiosco hablamos a un público, alegre, contento y vociferando, presidencia, presidencia a los discursos de bienvenida de Jorge Pacifico Adames y el Dr. Osvaldo Velázquez. Yo hable por hora y media denunciando a los traidores, al terminar fuimos a la casa de Jorge Pacífico, donde Mireya y yo dormimos esa noche”

En 1984, al inicio de la campaña electoral, una noche el Dr. Arias recibió una llamada para advertirle que los militares tenía órdenes de arrestarlo, inmediatamente tomamos una de las dos maletas que siempre teníamos preparadas (como me dice una para la presidencia y una para la cárcel) y salimos de casa, pensando en refugiarnos con algún amigo, sin embargo, el temor de la represalia impidió que nos recibieran, y después de unas horas él me dijo, “qué hacemos, tengo que enfrentar mi destino como venga y si es necesario mi sacrificio personal para el bien de la patria, estoy dispuesto a darlo”, y regresamos a casa.

En otra ocasión, aquel triste Viernes Negro, cuando tan cruelmente se reprimió al pueblo panameño, un grupo de seguidores reunidos en la casa de Carrasquilla, le pedían que saliera a las calles, mientras otros, temerosos de consecuencias que pusiesen en peligro su vida, le pedían prudencia.

Después de meditar, como siempre lo hacía antes de tomar decisiones, me llamo a nuestra recamara, me dio un abrazo y un beso, se despidió y me dijo “si mi vida y mi sangre tengo que darla hoy para que vuelva la democracia, estoy dispuesto a hacerlo, quizás me veras entrar a la casa con los pies hacia dentro”, y se fue.

Arnulfo Arias amaba profundamente a su Patria, amor que se expresaba al grado supremo de brindarle cualquier sacrificio, pero también sufría por la incomprensión y por la ausencia de otros panameños que como él, simplemente aspirasen al bien común.

Ese sentimiento se refleja en su diario de 1941, cuando en el exilio escribió, sentado en un parque de la ciudad de Buenos Aires, “¿que pasó, porque, porque, porque?, ¿Si yo solo quería traer el bien a mi país, traer esas experiencias adquiridas durante mis estudios en Europa y aplicarlas en Panamá, para el desarrollo del pueblo? Que hice mal para que sucediera esto?”.

Poco a poco fue Arnulfo Arias entendiendo la realidad de los intereses, las componendas y las traiciones, y como escribió en otra ocasión, estaba convencido de que “quien traiciona una vez, traiciona para siempre” ese entendimiento dio lugar a sus acciones políticas y a su doctrina, que es la guía que aún nos une.

A pesar del carácter fuerte que lo distinguió, siempre fue un hombre respetuoso y formal, se sentaba con igual interés y respeto frente al Presidente de la Republica Francesa como ante el más sencillo de los campesinos de su Patria.

Arnulfo fue un hombre místico y profundo, muchos hechos en su vida política y privada lo marcaron significativamente, la muerte de su madre estando él en el exilio, y el fallecimiento de esa extraordinaria dama que fue su primera esposa, Ana Matilde Linares, fueron hechos impactantes que hicieron aflorar esos sentimientos, un pasaje de aquellos pensamientos, lo describe de manera fiel.

Cita de 28 de noviembre de 1955
“Este libro fue recibido, cuando me lo regalaron, con placer pues me hice el propósito, como tantas otras veces, de confiarle el relato saliente de acontecimientos de mi paso por la tierra. Como tantas otras veces desistí de hacerlo; Primero: porque no creo me pueda suceder a mi lo que no haya sucedido a millones de otros seres en los millones y millones de años que ha existido este planeta, y por lo tanto no habría nada nuestro. Segundo: Porque en el vaivén de mi existencia, sin seguridad y sin refugio verdadero se perdería este diario y quizás se malinterpretarían mis palabras. Hoy 28 de noviembre de 1955 escribiré algo pues se ha verificado un cambio radical en mi vida y si es cierto que me siento en un “vacum” que estoy desorientado y deambulando en este mundo como los otros seres, lo hago como un sonámbulo; presiento internamente que otra vida, más elevada, más evolucionada, más evolucionada se arraiga – y digo se arraiga y no “se inicia” pues ya el embrión había roto la cubierta de la semilla de la espiritualidad que me ha empujado a ser rebelde contra las injusticias de este mundo y me impulsaba a tomar partido a favor de los pequeños, de los desheredados. Cuando se fue mi madre este impulso se acentúo, allá en el destierro en Buenos Aires, tuve el gran don de Dios de ponerme al lado a Ana, que se identificó instantáneamente con mi ser como si fuese mi otro yo. Y así cruzamos unidos nuestro trayecto, sin que ella profiriera jamás una queja… una recriminación, convirtiéndose, con la versatilidad que la caracterizaba en novia, compañera, esposa, ayudante, secretaria, confidente, enfermera y madre y así recorrimos más de 28 años.

El 28 de agosto de 1955 a la 1:00 p.m. me dejó Ana, o mejor dicho dejó su envoltura de 48 años para recobrar la libertad “etérea” y formar un eslabón más fuerte entre ella y yo y así lograr lo que ambos hemos ansiado y para lo cual hemos venido aquí en esta época del siglo.
“Ella” está iniciada y sabe a fondo su misión. ¡Que bien la cumplió con el pesado fardo de la materia!

Que materializado estaba cuando no entendí, el mensaje que me enviaron los que tratan de guiarme:
El Primero de julio me dijeron “El menesteroso que extiende la mano, la tiene llena de luz. Aprende a ver en la frente de cada uno que se dice amigo tuyo.

Hace apenas siete 7 meses que se inició la redención de este pueblo y la bandera que lleva la cruz de Luz está próxima a inmolarse y se agiganta y se agiganta queremos decir cuando algo se inmola que se levanta del terreno, se levanta a lo espiritual, a la divinidad, a la gracia! … Tiene que haber inmolación del pueblo para que emita la Luz hacia afuera.

Pronto las calles se cubrirán de flores, y se cubrieron con las flores que el pueblo al cual ella y yo amamos le tiraban a su paso.”
Arnulfo Arias Madrid gobernó este país, solamente durante dos años, dos meses y unos días, a pesar de haber sido electo en tres ocasiones por el voto mayoritario del pueblo panameño y triunfador en otras dos elecciones, en las que se ignoró la voluntad popular.

Es un hecho que nunca llegó a cumplir uno solo de sus mandatos, sin embargo dejó una huella tan profunda en la vida nacional que hoy nos tiene congregados aquí, 23 años después de su partida terrenal, y ochenta años después de su bautismo político, aquel 2 de enero de 1931, cuando lideró el movimiento de Acción Comunal, rindiéndole el tributo que se merece como uno de los prohombres de la historia de esta nación.

Arnulfo Arias Madrid vivirá por siempre en la memoria histórica de los panameños y su ejemplo será guía permanente de quienes tengan la vocación, como él la tuvo, de convertirse en Servidor de la Nación Panameña y para que ese ejemplo sea imperecedero, la Fundación Arias Madrid ofrece al pueblo panameño este Mausoleo y este Museo, que honra su vida y legado y la de ese otra gran estadista, su hermano, el Dr. Harmodio Arias Madrid.

El Presidente Guillermo Endara Galimany, hoy tan presente entre nosotros, le llamó “Arnulfo, el grande”. Su grandeza no está ni en sus méritos ni en los reconocimientos que recibió, ni en haber sido escogido 5 veces por la voluntad popular para ser Presidente de la República, ni siquiera en haber sido por 5 décadas el líder y la encarnación de las luchas y esperanzas de los panameños…
Su grandeza, hoy más que nunca lo vemos, está en su amor hasta el sacrificio a Panamá.

Un último recuerdo… el más intimo, el más cercano a mi corazón.

El Dr. Arnulfo Arias Madrid, de porte gallardo y elegante, hombre alto, culto y de sonrisa encantadora, los ojos llenos de bríos y la nobleza marcada en la frente… un día envió un ramo de rosas rojas a mi casa y abrió su corazón para mi… después de eso, el momento llegó, sentado frente a mi, me dijo “Quiero que seas mi esposa… piénsalo bien, si aceptas deberás compartir con otros amores que ocupan ya un lugar inamovible en mi corazón… el amor por mi madre… el amor por mi primera esposa… y el amor por Panamá.”
Los dos (2) primeros los entendí plenamente, y los hice míos también.

Debo confesar que lo que no entendí, en ese momento en toda su dimensión, fue el amor por Panamá.
No fue hasta que el Pueblo Panameño, muchos años después, me eligió Presidenta de la República, y que sentí el peso de la voluntad popular sobre mis hombros que comprendí en su dimensión plena lo que significó para él el amor por Panamá…
Arnulfo Arias, hoy lo sabemos, tu único y verdadero amor fue siempre Panamá.

El Panamá de justicia social, el Panamá democrático, el Panamá grande y mejor… Hoy no hay una despedida, hoy hay un reencuentro con los ideales del Presidente Arnulfo Arias… que debemos llevar a todas nuestras ciudades y pueblos, a todas nuestras casas y familias… para que igual que aquel niño que hace más de 100 años nadaba en este río Zaratí que está a nuestras espaldas, los niños y niñas panameños descubran su verdadero amor en la tierra que los vio nacer, en Panamá.

¡Dios los bendiga! ¡Gracias!
 

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